jueves, 4 de abril de 2013

Los géneros bastardos (Django Desencadenado - Quentin Tarantino - )



¿Es posible reinventar algo ya reinventado? En el caso de Tarantino la respuesta es sí.  El director, abanderado del posmodernismo cinematográfico, rescata un género bastardo como el spaguetti western para añadirle aún más elementos de mestizaje con Django Desencadenado, dándole una vuelta de tuerca al género y permitiendo de esta manera que pueda estrenarse una película marginal de los años setenta en pleno siglo XXI, porque Django Desencadenado es una película de los setenta. A pesar de los sombreros de cowboys, se aprecia un blaxploitation subcutáneo que tiene su base en la temática de la película, con un Django protagonista e icono de la liberación negra (el black power) concretada a pequeña escala en la liberación de su mujer, y obteniendo más allá de la trama una justicia poética en la cómica escena que ridiculiza al Ku Klux Klan. A diferencia de la tercera película de Tarantino, Jackie Brown (1997), donde este género se presentaba con todo su pedigrí intacto, aquí el director lo contamina sustituyendo la música funk-soul que caracterizaba este tipo de películas con momentos envueltos en hip-hop, actualizándolo. Pero si en la historia reverberan ecos de pelo afro y grandes pendientes de aro, el resto de elementos nos gritan que, aunque no nos hemos movido de los setenta, la heterogeneización es la reina de Django Desencadenado, y el western menos ortodoxo viste formalmente la obra.
Si ya los trabajos de Sergio Leone o Enzo Barboni eran considerados en el momento de su estreno versiones bastardas de las películas del Oeste clásicas, dadas sus diferencias temáticas y estilísticas con éstas, en Django Desencadenado Tarantino despoja de todo rigor al western más puro para ensalzar a su “hijo feo” europeo exagerando las características del subgénero. De esta manera, el filme se llena de abruptos zooms, resaltados con efectos de sonido, o con planos detalle de miradas que encierran sospecha, odio y venganza, dando la sensación de que al abrir el plano nos encontraremos con la imagen de un Clint Eastwood desafiante. Así, cada pieza que compone esta película es un recordatorio de la madre que lo nutre, valiéndose además de guiños y menciones indirectas en forma de música y apariciones. De lo primero se encarga Ennio Morricone, compositor por excelencia de los temas más famosos del spaguetti western, que aquí nos plantea músicas con aires setenteros en total consonancia con el posmodernismo tarantiniano que envuelve el filme. Pero si hay algo que exclama la similitud genética de este trabajo es el cameo de Franco Nero, el Django original de la película homónima de 1966 dirigida por Sergio Corbucci, a pesar de que deja un sabor anodino y una sensación frustrante de desaprovechamiento.
Con todo, un western no puede ser denominado tal sin una buena dosis de tiroteos. Tarantino eso lo sabe muy bien, y aunque a lo largo de la película se suceden numerosos disparos, éstos son sólo un ensayo de lo que nos ofrecerá en el tercer acto, en el que muestra como si de un ansiado postre se tratara, un espectacular enfrentamiento con festivos chorros de sangre marca de la casa que, de nuevo, evidencia la reinvención de uno de los símbolos de las películas de vaqueros, los tiros en las peleas a muerte, y así, se construye un clímax tan bien elaborado que aquel que lo ve no puede evitar sorprenderse e inquietarse en cierta manera al comprobar el enorme disfrute que le está produciendo tal demostración de violencia en este hijo bastardo de un western bastardo.



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