lunes, 28 de enero de 2013

La timidez invisible

Tuvo varios nombres a lo largo de su vida, como Esa o ¿Quién?, aunque su favorito era cuando nadie la nombraba. Vivía en la última fila de todos los sitios y se le cerraban todos los círculos. Le gustaban las espaldas, porque era lo que siempre veía, y prefería conversar con los ojos, pues la voz le parecía un accesorio innecesario.

Tras años de silencios, disminuciones subjetivas de tamaño y demoliciones de su lado izquierdo, adquirió el poder de la invisibilidad, y la gente empezó a comportarse como si no estuviera delante. Al ignorar su presencia, trataban sin ser conscientes temas que de otra manera habrían ocultado tras una sonrisa opaca, y así su poder le proporcionó una gran ventaja: observar la vida y ponerla a disposición de su cabeza. Tan contenta estaba con su nuevo estado transparente que a veces olvidaba que había activado su invisibilidad y podía permanecer semanas totalmente etérea, lo que suponía una molestia, sobre todo cuando las puertas automáticas no se abrían si intentaba entrar en algún sitio.

Con el tiempo, empezó a sentirse mejor cuando usaba su poder que cuando estaba en reposo, se convirtió en una toxicómana emocional de ese privilegio, y mostrarse empezó a causarle dolor, por lo que llegó un día en que usó su invisibilidad y no volvió a invertirla; así que cuando ya anciana, murió, no tuvo funeral, ni llantos, ni anécdotas manoseadas que pudieran recordar. Nadie supo de su muerte, porque perfeccionó tanto su poder que al final nadie estuvo seguro de su existencia.

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