lunes, 1 de octubre de 2012

Historias cortas para gente con prisa

El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español. Ésa y no otra debía ser la causa del plato que tenía delante, pensó. Había pedido algo típico, por cambiar, en un intento de inmersión en una cultura opuesta a sus raíces, o más bien en un intento de huida de sus raíces. Pero allí estaba el plato equivocado, mirándole fijamente, reprochándole el sol que estaba absorbiendo, recordándole el frío que dejó y que cada noche le eriza la piel en ese hotel sin aire acondicionado.

El cuadro gastronómico que tenía ante si formaba imágenes que le desconcertaban. La textura del filete se asimilaba a la espalda de una mujer que conoció y deseaba haber desconocido, y precisamente lo que ese filete le inspiraba era lo único que ella le había ofrecido: su espalda.
Las patatas que lo acompañaban incrementaban aún más la identificación que quería evitar a toda costa. Rubias y duras por fuera, causantes de males de corazón si se consumen en exceso. - Maldita equivocación - pensó en el idioma menos parecido al español. - Me he empeñado tanto en olvidar de dónde me fui que olvidé aprender dónde estoy.

El hombre, sueco o finlandés, engulló el plato para no verlo más, sin darse cuenta de que ahora lo tenía en su interior.

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