martes, 22 de febrero de 2011

Siempre había tenido la habilidad de abstraerse en las discusiones. A pesar de los gritos, el sentido auditivo estaba cubierto por una gruesa capa de indiferencia, y la voz cada vez más aguda chocaba con su mirada hueca y se transformaba en un zumbido.

Decidió entonces concentrarse en el rostro que gestualizaba de forma exagerada frente a ella: estaba enmarcado por una melena cada vez más corta, escasa y quebradiza, como la ilusión, los sueños, las ganas, la vida. Los años le habían robado el color, sustituido por mezclas químicas, hermanas de los ingredientes que componen el tinte del alma, pues ésta se vuelve cana con el paso de los años.
En sus ojos se había instalado el cansancio, que había esculpido su mirada, transformándola de tal forma que resultaba complicado atisbar los restos de la sonrisa ocular que empeñó para correr con los gastos de unas circunstancias impuestas. La comisura de sus labios había adoptado la forma de la gráfica de su vida, constituyendo una línea descendente cada vez más fina.

Quiso dejar paso a la observación general, y apareció ante ella un espejo con aspiraciones de futurólogo que portaba un panfleto con pequeñas anotaciones sobre un pasado. La cara que tenía ante ella había sido hermosa, pero la cirugía de los acontecimientos la deformaron con el bisturí de las malas elecciones hasta transformarla en una caricatura cansada de lo que fue.
Las arrugas que le surcaban el rostro eran demasiado profundas para su edad, y estaban estratégicamente colocadas atendiendo a las emociones y sentimientos que la habían gobernado estos últimos años: en la frente, la preocupación, en los ojos, el llanto, y en la boca, los numerosos cigarros con significados no interpretados.

Un sentimiento de angustia la invadió al ver su muy probable futuro, pues a pesar de que se había jurado no ser como ella, en el fondo sabía que se parecía más de lo que hubiese deseado.
Ante el asombro y el enmudecimiento repentino de los repetitivos gritos vacíos, se dio media vuelta y se dirigió a su habitación. Abrió el cajón que contenía su equilibrado desorden y cogió el aparato que le permitiría retener su personalidad no violada aún por la urgencia del tiempo. Quería saber quién era y quería mantenerlo, quería ser una heroína, la primera persona en vencer al auto-olvido.

Click.

2 comentarios:

  1. Haré click mañana. Y probablemente vuelva a hacerlo dentro de unos años.

    ¿Podremos ver la comparación? De quiénes somos, no de lo heroínas que soñemos en ser.

    Beso.

    Click.

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  2. El tiempo es como un reloj de arena, en cualquier momento se le puede dar la vuelta, pues aunque el paso de los años deje cicatrices en lo físico, el alma puede ser joven toda la vida o cambiar como el reloj de arena.

    El tiempo es escaso, como pequeñas gotas que se van derramando en un desierto, no se debe desaprovechar ninguna de ellas.

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