sábado, 27 de noviembre de 2010

Por qué quise ser guionista


Estás sentado en tu butaca, matando el tiempo hasta que llegue la hora. Juegas con el móvil, lees folletos de películas o escuchas el hilo musical sin demasiada atención. De repente, las luces se apagan y la pantalla, blanca aún, se vuelve protagonista, iluminando toda la sala y todas las caras de los espectadores que esperan impacientes.
Es entonces, en esos segundos que transcurren entre el apagón de luces y el comienzo de la película, cuando los niveles de adrenalina que segrega mi cuerpo aumentan de forma descontrolada. En esos pocos segundos imaginas una historia alternativa a la que estás a punto de ver, lo que podría pasar, cómo podría transcurrir, cómo acabaría. Por un breve momento, te conviertes en un contador de historias, en el dueño de la película y del destino de los personajes. También puede ocurrir que te sientas parte de una película, y te embarga la sensación de protagonizar una escena en la que el personaje se sienta en una sala de cine dispuesto a ver un film que le removerá por dentro sin saberlo aún; observas los detalles y piensas cómo los describirías, cómo influirían en el ánimo; ves al resto del público e imaginas su pasado y su futuro, analizas sus gestos y adivinas el porqué de ellos.

Eso es el cine para mí, una descarga de adrenalina, la emoción de la palabra hecha imagen, y de la imagen transformada en sentimiento por el espectador. El cine significa la liberación personal, el contacto consigo mismo, el autoconocimiento a través de la empatía con personajes variados. Es como una sesión de psicoterapia, pero más enriquecedora y barata. Ante una película, hasta el más introvertido puede llorar, y el más triste puede reír; es una vía de escape, de desahogo, de reflexión emocional. La sucesión de imágenes te absorbe y te reencarnas en diferentes personas, en diferentes vidas, con diferentes rasgos, con otro círculo social, otras acciones, otras motivaciones. Puedes volver a ser joven o recordar momentos similares a los que aparecen en pantalla y que en esos momentos se avivan como si volvieran a ser presente. Es ahí donde reside el poder y la magia de la escritura, en transformar a las personas, ya sea en el tiempo que dura la película, o permanentemente en algún aspecto. También la palabra tiene la habilidad de hacer olvidar momentáneamente las circunstancias, de poder relegar las preocupaciones en quien aparece al otro lado de la pantalla. Además, la palabra tiene la maravillosa posibilidad de hacer real lo imposible.


Es por ello por lo que siempre quise ser guionista, porque quiero reflejar mis emociones en el papel y que el público las haga suyas, que las sienta como propias, que mi desahogo sea el suyo. Quiero dar importancia a los detalles y transformar un simple gesto en todo un pasado personal. Pienso que un guión bien trabajado es el germen de una buena película, es su base, su núcleo, y que para dar sentido a la imagen, primero debe existir la palabra. Cuando escribo contacto con mi verdadero yo, me permito volcar en el texto pensamientos y conceptos que de otra manera no podría expresar, y qué mejor manera de escribir que haciéndolo en lo que más me gusta: la ficción audiovisual. La escritura es la actividad con la que más motivada me siento, un esfuerzo intelectual que me hace feliz y al que más pasión le pongo, algo que me merece la pena. Disfruto en el proceso de creación y con las reacciones del resultado de ese proceso, tanto buenas como malas, ya que ambas me ayudan a mejorar los proyectos sucesivos.
El guión es la mezcla perfecta de mis dos aficiones favoritas: el cine y la escritura, aficiones que deseo convertir en mi modo de vida, ya que de esta manera cobrarán más protagonismo en mi día a día, me ocuparán más tiempo y las podré desarrollar más profundamente.

Mi objetivo como guionista es crear historias que produzcan una reacción en el público, porque en eso consiste el arte, en provocar emociones, y el cine es arte. Para ello, me sirvo de lo esencial de lo pequeño, de inventar vidas a través de una mirada, de averiguar el porqué de las arrugas más marcadas en un rostro, de una forma de vestir, de una anécdota, de las frases sueltas de  personas con las que te cruzas por la calle. Porque esas son las cosas que me permitirán desarrollar la habilidad de transformar una frase en una imagen escrita que siga un ciclo de transformación en el que comience siendo un sentimiento del escritor, para luego convertirse en palabra, de ahí a imagen, y de esta última a una emoción del espectador.

2 comentarios:

  1. A mí me pasa igual. Necesito ir al cine, y si es a ver una buena película, mejor que mejor.
    Digamos que mi razón para ser guionista es bastante parecida a la tuya, aunque yo le añadiría que también me encanta hacer reir a la gente.

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