sábado, 17 de octubre de 2009

De autómatas

La habitación se encuentra a oscuras, sólo iluminada por las palabras vacías de una caja que se sitúa frente a mí.
Me encuentro en un sofá, tirada como un trapo, como si mis músculos hubiesen devorado a mis huesos. La mirada fija, el pensamiento hueco, la boca entreabierta y la respiración pausada. Mis únicos movimientos son unos leves pestañeos programados y la hiperactividad de mi dedo pulgar que busca incansablemente el interruptor de mi cabeza.

Click. Me enciendo.

Le digo a mi sombra que eche un vistazo a la situación y me informe. “Qué vida más triste” me dice, o puede que sea yo quien lo haya pensado en voz alta. Rebobino la cinta que he grabado hoy y advierto que mi sombra tiene razón, que me asemejo a una máquina cuyos movimientos son inconscientes: despierto, estudio, como, estudio y observo desde la pasividad absoluta las tendencias caníbales de mis músculos.

Mis ojos se dirigen a una de las muchas cadenas que he ido haciendo en mis clases de manualidades: no me ha llamado. Hoy tampoco toca. Así que empiezo a pensar que la telepatía no es una buena forma de comunicación, o que entre mi cabeza y la tuya no hay cobertura, o que entre tu casa y la mía hay demasiada distancia para que mis llamadas calladas te lleguen. Aun así, no me atrevo a dar el paso de decir lo que mi mente te grita y el eco se niega a repetirte.

1 comentario:

  1. Creo que tus llamadas calladas llegan, nena!

    Me ha gustado, como casi todo lo que escribes

    Cuando vaya a Sala vas a estar??

    Besito

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