Sumergirse en aguas silenciosas con más luces que sombras, intentando alcanzar el vacío que se vuelca por las burbujas que se forman al expulsar el aire sólido. Nadar y no sentir la frialdad líquida, sino una calidez brumosa que va notificando a las extremidades que todo alrededor se espesa y adquiere tonalidades neutras. El instinto lleva a agarrar el equivalente al clavo (que no arde) de este lado negativo de la superficie, y al aferrarse a él, ser consciente de que la mano sujeta el agua sólida y oscura que atrapa al desconcertado buzo, segundos antes de pestañear en morse una súplica que hace eco.
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