Después de esforzarme mucho, mucho, al fin logro descubrir lo que me gusta más que nada, lo que me hace más feliz, lo que haría todo el día si los papás y las monjas me dejasen: soñar, leer y ver películas.
Porque me paso horas y horas imaginando historias, leyéndolas en los libros, viéndolas en las películas y escribiéndolas en mis libretas. ¡Eso es fantástico! Cuando me gusta mucho una película, quito al protagonista y me pongo yo y, ¡hale!, a disfrutar. Tan pronto soy el indio salvaje y ato al pobre blanco (que siempre tiene el rostro de sor Juanita, que me tiene mucha manía) en el palo de los tormentos, como me subo en un globo al lado del capitán Trueno (uno de mis héroes).
Pero de pronto caigo en la cuenta de que nada de eso es un trabajo y de que nadie me pagará ni un real por contar mis sueños y mis historias (...).
Al final mi libro favorito de la infancia me influyó más de lo que yo pensaba, y he llegado a tener un gran paralelismo con su protagonista: una niña que busca su vocación sin darse cuenta de que es lo que ha estado haciendo siempre: escribir.